Se habían cumplido las recomendaciones de los políticos belicistas de que solamente por las armas se haría desistir a los paraguayos de la obstinada defensa de sus derechos. Después de la tragedia de la guerra se imponía la antojadiza voluntad de los vencedores. Se había librado al Paraguay de una feroz tiranía y se le había devuelto la facultad de elegir los gobernantes que brasileños y argentinos le impusieran.
Asunción fue ocupada por los aliados en enero de 1869. Después de la batalla de Ita Ybaté, llevada a cabo muy cerca de la capital, la guerra siguió su inexorable curso de exterminio, en un trazado doloroso y heroico que recibió el nombre de Diagonal de Sangre.
Paranhos, el renombrado diplomático, llegó de Río de Janeiro a la Asunción ocupada para negociar la constitución de un gobierno provisorio. Se encontró con una tenaz rivalidad desatada entre los jefes brasileños y argentinos. Conocía muy bien su objetivo: interferir toda influencia argentina en los problemas paraguayos de post guerra.
Se concordó autorizar a los paraguayos a designar a sus gobernantes, “siempre y cuando éstos actuaran de acuerdo con los aliados mientras durara la guerra”.
En presencia de Paranhos y del representante argentino doctor José Roque Pérez, comisionado por el presidente Domingo Faustino Sarmiento para participar en la formación de un gobierno provisorio, se comenzó a discutir la forma de gobierno que habría de restituir la paz y la tranquilidad del Paraguay. Luego de un mes de deliberaciones y de amenazas de retiro del doctor Pérez, debido a la intransigencia de Paranhos, se acordó la aceptación de tres nombres para integrar un triunvirato. En el mes de junio, una asamblea de políticos eligió una terna constituida por Cirilo Antonio Rivarola, José Díaz de Bedoya y Carlos Loyzaga, para desempeñarse como gobierno provisorio de la República.
Pérez volvió a Buenos Aires y Paranhos permaneció en Asunción, disponiendo a su arbitrio de los integrantes del gobierno, al punto de que la prensa de Buenos Aires designaba al ejecutivo paraguayo como “Gobierno de tres más uno”. El gran peso de la diplomacia de Paranhos estaba avalada por siete mil hombres de su ejército de ocupación. La influencia brasileña se hizo absoluta. La moneda aceptada era el patacón brasileño y algunas disposiciones municipales se redactaban en portugués.
El poder real estaba en manos de los militares de los ejércitos de ocupación y la responsabilidad que tocaba desempeñar a los nuevos triunviros republicanos era exorbitante. Había que organizar las instituciones, dotar a los ciudadanos de leyes y reglamentaciones y tratar por todos los medios de obtener provecho de las desavenencias de los jefes aliados. Cuando las exigencias del Imperio eran exageradas, se corría a los cuarteles argentinos en procura de ayuda, y en el caso contrario, cuando los platenses imponían condiciones draconianas, el consejero imperial ayudaba a salir del pantano.
Esta política de instigación a las discordias entre los enemigos, dejó considerables beneficios. En ocasión de exigirse al gobierno paraguayo la entrega a la Argentina de todo el Chaco hasta la Bahía Negra, los triunviros hicieron ver al ministro brasileño el peligro que podría significar la presencia de tropas argentinas en las cercanías de su extenso Mato Grosso. El Brasil promovió de inmediato la idea de someter la cuestión a un arbitraje. El laudo Hayes, que falló a favor de Paraguay, en sus derechos de posesión sobre esta zona chaqueña, es una muestra de la poco velada actuación de la diplomacia imperial. Esta política de vaivenes, a la que muy pronto se aficionaron los gobernantes paraguayos, aunque a veces humillante, resultó ventajosa para el mantenimiento de la desprestigiada conducción política.
El 25 de noviembre de 1870 se juró la Constitución Nacional. Si bien impuesta en moldes ajenos a nuestra realidad, fue la primera carta orgánica por la que se establecían los nunca antes consentidos derechos individuales básicos del ciudadano. En la medida en que éstos aparecieron, surgió la política en la sociedad civil. En adelante, el estado omnipotente ya no sería la única institución pública, estableciéndose el principio de la división de los poderes del estado. El sufragio universal y la organización de los partidos políticos serían las primeras metas de la organización republicana.
En ese intrincado ambiente de tan heterogéneos intereses, impulsados por influencia de porteños o brasileños, comenzaron a organizarse las primeras agrupaciones republicanas que respondían a las exigencias de los asesores extranjeros. Un largo periodo de anarquía habría de sufrir la población sobreviviente de la guerra, en el que partidarios del lopismo o sus enemigos, muchas veces enlazados en el mismo bando, ensayaron los primeros pasos en el arduo camino de las instituciones democráticas.
Los desacuerdos argentino-brasileños hicieron retardar el Tratado de paz y límites. Hubo que firmarlo por separado. El 9 de enero de 1872, se subscribió con el Brasil el Tratado de límites, siguiéndose al detalle todo lo expresado en el Tratado Secreto de 1865.
El 18 de enero de 1872 se acordó en Asunción el Tratado de Amistad, Comercio y Navegación que recibió, al igual que el anterior, el nombre de Loyzaga-Cotegipe. En su extensa exposición de cuarenta y dos artículos se determinaban precisamente todas las franquicias que el Paraguay debería conceder a la navegación, al comercio y a la seguridad de los brasileños residentes. La firma de estos acuerdos despertó tan franca hostilidad entre Buenos Aires y Río de Janeiro, que hubo de consumirse mucho tiempo en discusiones para que se calmaran las aguas. La singularidad del tratado estriba en las siguientes cláusulas comentadas por Miguel Angel Scenna en su obra: “Argentina- Brasil. Cuatro siglos de rivalidad”: “Por el Tratado Cotegipe-Loyzaga, el Paraguay reconocía los límites con Brasil, de acuerdo con las pretensiones de éste, cediendo un extenso territorio. Paraguay aceptó que no poseía un solo documento que avalara su dominio sobre esas tierras suyas. Es claro. Los archivos paraguayos habían sido cuidadosamente examinados por los brasileños que retiraron cuanto sostuviera los derechos guaraníes, pero dejando en lugar visible los que alentaran la posición paraguaya en el Chaco contra la Argentina. Prescribía, además, que el Imperio se constituía en garante de la independencia paraguaya, y para empezar prolongaría por otros cinco años la ocupación militar del país”.
El Tratado de paz con la Argentina, llamado Machain-Irigoyen, fue firmado en Buenos Aires en febrero de 1876. El 22 de junio de 1876 los brasileños se retiran del Paraguay
En atención a las cláusulas del Tratado de límites, se designó en 1872, una comisión demarcadora responsable del estudio de la fuente principal del río Apa. Brasil nombró comisionado al coronel Rufino Eneas Galvâo, auxiliar de comando del coronel Camisâo en la fatídica retirada de Laguna en mayo de 1867. El representante paraguayo fue el capitán de fragata Domingo A. Ortiz. Se trataba de identificar al río Apa y al arroyo Estrella, que separan a ambas naciones.
Las dos corrientes hídricas tienen el mismo caudal y se prestan a confusión: el encuentro de ambas se halla a corta distancia de Bella Vista, y allí se encuentra instalado el hito demarcatorio. El hecho de haber identificado al brazo más austral como Apa y al Estrella más al sur, situación inversa a la conocida como tal, le significó al Paraguay el despojo de enormes extensiones de campos y yerbales, a más de despertar, en su momento, encendidas pero estériles reclamaciones populares.
En un registro de inmuebles del Brasil, se leía un título de propiedad con el encabezamiento: “República del Paraguay” con los sellos nacionales intactos, que certificaba la propiedad de las actuales costas brasileñas del río Apa, a favor de Rafaela López Carrillo. Esta señora, viuda de Saturnino Bedoya, había contraído enlace con el coronel brasileño Augusto de Azevedo Pedra, a quien conociera en la trágica jornada de Cerro Corá. El matrimonio no tuvo descendencia directa, pero algunas fracciones de dichos campos, hoy territorio brasileño, aún pertenecen a los herederos del coronel Pedra.
La historia olvidada
Hasta la última década del siglo XIX, cuando el coronel Juan Crisóstomo Centurión, uno de los pocos ex becarios en Europa que había sobrevivido a la Guerra del Paraguay, comenzó la publicación de sus “Memorias”, no se había editado un solo libro acerca de la guerra escrito por un paraguayo.
Quienes pudieron haberlo hecho habían sucumbido en la contienda, o habían estado ausentes, o había luchado contra su país. Algunos protagonistas que bosquejaron sus memorias no encontraron editor, y algunas de ellas permanecen inéditas hasta nuestros días. Los más prefirieron callar: no se podían explicar lo que habían hecho. Hubo quienes habiendo llegado hasta Cerro Corá venciendo penurias y fatigas, escribieron libelos difamatorios contra López para librarse del estigma de su propio heroísmo.
Entre tanto, en los países aliados se publicaban centenares de libros que descargaban sobre el vencido el peso de su volumen. Las mentiras, las calumnias, las omisiones y exageraciones ahogaron por mucho tiempo las voces honradas de Juan Bautista Alberdi, Martin Mc Mahon, Eliseo Reclus, que defendieron al Paraguay en nombre de la verdad y la justicia, que sólo encuentra abogados en el desinterés.
“Todos los medios son válidos y acaso insuficientes para luchar contra semejante enemigo”, le había escrito el marqués de Caxias al emperador Pedro II.
“La guerra del Paraguay ha terminado -decía Domingo Faustino Sarmiento-, por la sencilla razón de que hemos muerto a todos los paraguayos de diez años para arriba.
Terminada la guerra, se abocaron a la tarea de matar también su espíritu.
Décadas después seguían temblando los Estados Mayores del Brasil y la Argentina. Era preciso impedir el resurgimiento material y moral de la brava república.
López había sido un inepto, un loco, un asesino, un sádico, un ladrón, un cobarde, un libidinoso, un cornudo amancebado con una puta adúltera extranjera que excitaba sus bajos instintos en la concupiscencia para incitarle al crimen e inspirarle desaforada ambición. Al nombrarlo las damas se santiguaban rechinando los dientes. En cambio el pueblo, como temía Solano López, se había adueñado del alma del Mariscal. Se sentía victorioso más allá de la derrota. Cantaba su epopeya en guaraní:
Campamento, campamento,
allá en el Cerro Corá,
entre los montes oscuros
cordillera de Amambay;
ha muerto el Mariscal López,
la tricolor flameando,
no ha entregado su bandera
defendiendo al Paraguay.
El Paraguay era un error geográfico, un disparate histórico. Lo habitaba un pueblo de cretinos que se había hecho matar por obediencia a su verdugo; al cual, por añadidura, y en el colmo de la estupidez, después de muerto seguía venerando. Las ideas dominantes eran las del vencedor y de los expatriados. El Paraguay no tenía ideas.
Algunos años después de la finalización de la guerra llegó a Paraguay un príncipe polaco de apellido impronunciable, empeñado en encontrar el fabuloso tesoro que el Mariscal López había enterrado en la selva, matando luego a los que le secundaron en la tarea. (1) Por aquella misma época, el general Lucio V. Mansilla coloca acciones en la Bolsa para explotar las no menos fantásticas minas de oro del Mbaracayú. La conquistada China Americana, ganada a la civilización y abierta al libre comercio, daba pábulo a toda suerte de especulaciones en las que cayeron no pocos incautos.
Pero también se hacían buenos negocios, libres de los controles de un Estado despótico, celoso de la soberanía de un país de rústicos imbéciles dueños de su tierra. La turba de proveedores y mercachifles que llegaron con el “ejército libertador” ocuparon el vacío dejado por la clase dirigente fusilada en San Fernando. Los emigrados les dieron sustento político y doctrinario en nombre del liberalismo; héroes, arrepentidos les sostuvieron con la espada.
Se especuló con empréstitos cuyo monto en efectivo fue a parar a los bolsillos de los gobernantes. Se transfirió el ferrocarril a los acreedores ingleses. La antes orgullosa flota mercante nacional que construía sus barcos en sus propios astilleros y hacía flamear su bandera en el océano, fue reemplazada por empresas navieras anglo-argentinas que cobraban fletes abusivos. Los campesinos fueron despojados de sus tierras y reducidos de hecho a la esclavitud en yerbales y obrajes de inmensos latifundios transferidos a vil precio a empresas extranjeras en el negociado de las tierras públicas. Se compraron las joyas de las kyguá-verá, labradas por artífices, por papel moneda prontamente depreciado, para convertirlas en lingotes remitidos al extranjero. La fundición de hierro de Ybycuí, volada y anegada, alzaba en la selva el muñón calcinado de la chimenea de sus altos hornos. No se fabricaba un clavo en el país. Se cumplió el objetivo declarado del emperador Pedro II: el sistema que hizo posible a la excéntrica república enfrentar durante un lustro al mundo moderno confabulado contra ella, había sido destruido. El pueblo antes alegre y vigoroso deambulaba ignaro y paupérrimo. Sus cantos se entristecieron; los duendes jocundos e inofensivos fueron espantados por espectros. Y había un único culpable de los males del presente, del pasado y del porvenir: Francisco Solano López, el déspota insensato…..
Referencia
(1) El príncipe volvió solo a Europa, y contó allá tales embustes que inspiró a Emilio Salgari la novela “El tesoro del presidente del Paraguay”.
Fuente
Boccia Romañach, Alfredo – Paraguay y Brasil, crónica de sus conflictos. Ed. El Lector, Asunción (2000).
Centurión, Juan Crisóstomo – Memorias o reminiscencias históricas sobre la Guerra del Paraguay.
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
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Rivarola Matto, Juan Bautista – Diagonal de Sangre: La historia y sus alternativas en la Guerra del Paraguay – Asunción (1986).
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