Crímenes en la Guerra del Paraguay

Cadáveres de soldados paraguayos

El Tratado de la Triple Alianza, ya es por sí solo, un crimen político, no obstante, los más importantes serán los crímenes cometidos con la humanidad en esa guerra.  El Tratado de la Triple Alianza prevé en su artículo 6º:

“Los aliados se comprometen solemnemente a no deponer las armas, sino de común acuerdo, y solamente después de eliminada la autoridad del actual gobierno del Paraguay, así como no negociar separadamente con el enemigo común, ni celebrar tratados de paz, tregua o armisticio, ni convención alguna para suspender o concluir la guerra, sino de perfecto acuerdo de todos”.

Evidente: La paz sólo con la “caída del gobierno”.  En la práctica el Imperio hizo tanta cuestión de cumplimiento de esa cláusula que en septiembre de 1866, la paz sería posible si no fuese por su intransigencia política.  Más criminal todavía, una mancha difícil de ser borrada en la historia diplomática de los aliados, es su abominable Protocolo en sus cortos cuatro artículos:

1° – Que en cumplimiento del tratado de alianza de esta fecha, se procurará demoler las fortificaciones de Humaitá y no se permitirá levantar en el futuro, otras de igual naturaleza que puedan impedir la fiel ejecución de este tratado.

2° – Que siendo una de las medidas necesarias para garantizar la paz con el gobierno que se establezca en el Paraguay, no dejar armas ni elementos de guerra y las que se encontraren serán divididas en partes iguales por los aliados.

3º – Que los trofeos y presas que fuesen tomados del enemigo se dividan entre aquellos aliados que hayan efectuado la captura.

4° – Que los jefes superiores de los ejércitos aliados combinen los medios de ejecutar estos ajustes.

Por tanto, un protocolo secreto estipula la división del saqueo, del botín al Paraguay.  Además de, evidentemente, imponer un nuevo gobierno y destruir todos los medios de defensa del país.  Este, no obstante, todavía es apenas un crimen político.  Por detrás de él, durante la guerra, ocurren los verdaderos crímenes contra la humanidad.

Obligando a paraguayos a matar paraguayos

El primero de estos crímenes, todavía menos grave porque proviene de una política que subjetivamente el cinismo de los aliados podría explicar -difícil sería encontrar quien acepte las explicaciones- es la formación de legiones enteras de prisioneros paraguayos obligándolos a luchar contra su patria.  Esa mancha también permanece para los aliados de esa guerra de destrucción del Paraguay, especialmente los argentinos, si bien los brasileños no son inocentes de ella.

Uno de los acontecimientos dramáticos -exceptuándose la tragedia de obligar a hermanos a matar hermanos- es contado por Lopacher: “Durante la rendición de los de Humaitá ocurrió algo notable; uno de los que se rendían, abandonó de inmediato a sus compañeros, se precipitó como un loco sobre uno de los nuestros y lo abrasó, lo besó y no quiso desprenderse de él; era un sargento de la artillería de la fortaleza.  Ocurrió que este sargento era una sargenta en uniforme de artillero que había participado del sitio de la fortaleza, de Humaitá.  Nuestro compañero, un paraguayo, su marido y luchaba, como prisionero, contra el odiado tirano López, como él lo llamaba.  En realidad, debía de haber todo un batallón de prisioneros y desertores paraguayos, que al mando de los brasileños, combatían contra López”.

Independientemente de los acontecimientos dramáticos como ese relatado por Ulrich Lopacher -uno de los europeos luchando al lado de los argentinos, inclusive contra su voluntad como la mayoría de los que fueron engañados en Europa- el simple hecho de obligar a prisioneros a luchar contra su patria es un crimen de guerra.  A pesar de todo, no fue el crimen mayor cometido por los aliados: por el contrario, el preludio de otros, y tal vez el menos grave de ellos.

Mitre y Caxias contaminando agua con cadáveres coléricos

Uno de los mayores crímenes de esa guerra es confesado por el Duque de Caxías, en despacho privado al Emperador, de su propia mano.  En extenso despacho, entre otras informaciones a Pedro II, el Duque de Caxías escribe el 18 de septiembre de 1867: “El General Mitre está resignado plenamente y sin reservas a mis órdenes; él hace cuanto yo le indico, como ha estado muy de acuerdo conmigo, en todo, aún en cuanto a que los cadáveres coléricos se arrojen en las aguas del Paraná, ya sea de la escuadra como de Itapirú, para llevar el contagio a las poblaciones ribereñas, principalmente las de Corrientes, Entre Ríos y Santa Fe que le son opuestas (…)  El General Mitre también está convencido que deben exterminarse los restos de fuerzas argentinas que aún quedan, pues de ellas no divisa sino de peligros para su persona”.

Un crimen de guerra con el agravante de ser cometido contra la población civil, inclusive.  Evidente, de quién es la responsabilidad, confesada de propio puño…  Es diferente enviar cadáveres de coléricos para contaminar poblaciones y el degüello brutal de prisioneros.  Una cosa es la criminal conducción de la guerra, otra la explosión de violencia previsible y culturalmente explicable.  Este es uno de los crímenes de guerra más comunes cometido en la Guerra del Paraguay: la contaminación de las aguas de los ríos, inmolando soldados y civiles, con el virus del cólera.  Existen pruebas incuestionables, sobre el crimen cometido por los aliados, Argentina, Imperio del Brasil y Uruguay.

Mitre, también, que con sus acostumbrados actos criminales afectaba a los propios compatriotas, envía soldados enfermos frente a las fuerzas paraguayas, para contaminar a los enemigos.  El 28 de Febrero de 1865 -para configurar un crimen cometido contra sus compatriotas- Mitre firmó un decreto condenando a muerte “( …) A todos los individuos titulados jefes que formen parte de grupos anarquistas, capitaneados por el cabecilla (Gerónimo) Costa y cuantos fueren capturados en armas”.  Si era capaz de vilezas contra su propio pueblo, no sorprende que haya mandado sus soldados contaminados por la viruela para que fuesen “hábilmente” capturados por el enemigo.

Era, por tanto, esa “guerra bacteriológica” primitiva, un comportamiento normal en las fuerzas aliadas.

Prisioneros paraguayos vendidos como esclavos

El tratamiento dado a los prisioneros de guerra, no es raro, era absolutamente criminal.  Cuando cayó Uruguayana, cerca de cinco mil seiscientos paraguayos fueron víctimas de gran vejamen físico.  Además, el crimen de la guerra es allí tan flagrante que puede ser probado en la correspondencia de Mitre al Vice-Presidente de la Argentina.  Estos prisioneros paraguayos, maltratados, violentados, asimismo eran vendidos como esclavos y obligados a luchar contra su propio país.  A tal punto llegó la venta de prisioneros en Uruguayana, que un oficial brasileño caminando por las calles de la ciudad, necesitaba gritar que era brasileño, para no ser raptado y vendido como esclavo.   La prueba nos da el Presidente de la Argentina, también comandante del ejército aliado en la época, Bartolomé Mitre, en carta al Vice-Presidente, Marcos Paz, fechada el 4 de Octubre de 1865:

“Nuestro lote de prisioneros en Uruguayana fue más de 1.400.  Extrañará a V. el número, que debería ser mayor, pero la razón es que, por parte de la caballería brasileña, hubo en el día de la rendición tal robo de prisioneros, que arrebataron por lo menos de 800 a 1.000 de ellos, y que muestra a Ud. el desorden de esa tropa, la falta de energía de sus jefes y la corrupción de esa gente.  Pues, los robaron para esclavos; hasta hoy mismo andan robando y comprando prisioneros del otro lado.  El Comandante Guimarães, jefe de una brigada brasileña, escandalizado de este tráfico indigno, me decía el otro día que en las calles de Uruguayana, tenía que andar diciendo que no era paraguayo para que no le secuestrasen”.

La carta es evidente por sí sola: el robo de prisioneros para transformarlos en esclavos es un crimen de guerra que se adecua al propio sistema del Imperio, reflejado en sus tropas: el esclavismo…  Si los prisioneros caídos en las manos de los brasileños eran transformados en esclavos, peor suerte tenían los que caían con Venancio Flores.  El corresponsal del Evening Star, de Londres, recorrió el campo de batalla y relató a sus lectores:

“Era un espectáculo horrible.  Mil cuatrocientos paraguayos yacían allí sin haber recibido sepultura; la mayoría de ellos tenían las manos atadas y la cabeza reventada… Los prisioneros una vez desarmados, habían sido degollados y abandonados en el campo de batalla”.

Tales crímenes tuvieron la protesta de Francisco Solano López, naturalmente sin resultados.  Los crímenes de esa guerra, que de por sí sola ya era un crimen, continuaron hasta el fin, hasta el exterminio de la nación guaraní, con el asesinato de Francisco Solano López.

Un sádico entra en escena: el conde D’Eu

Pero el gran criminal de esa guerra es el Conde D’Eu, yerno de Pedro II, que a partir de 1869 substituye al Duque de Caxías en el comando del ejército.  El Conde D’Eu tiene una crónica fantástica por los crímenes que cometió en esa guerra.  En la batalla de Piribebuy, cuando murió el valiente general brasileño Menna Barreto, la irritación del príncipe francés llegó a tales límites de brutalidad que mandó en un torpe acto de venganza, que ciertamente no honra al militar muerto, degollar a todos los prisioneros paraguayos capturados, inclusive al comandante Pedro Pablo Caballero (no confundir con Bernardino Caballero).  El Conde D’Eu, pálido y trémulo, según los testimonios de la época, asistió de lejos, el degüello colectivo de un ejército vencido.

Pero la crónica de su villanía tiene aspectos más rudos y salvajes.  El mando cerrar el viejo hospital de Piribebuy, manteniendo en su interior a los enfermos -la mayoría viejos y niños- y lo incendió.  El hospital en llamas quedó cercado por las tropas brasileñas que cumpliendo órdenes de ese rubio príncipe loco, empujaban a punta de bayonetas hacia dentro de las llamas a los enfermos que milagrosamente intentaban salir de la hoguera.  No se conoce en la historia de la América del Sur, por lo menos, ningún crimen de guerra más asqueante que ese.  Incendiar un hospital y matar los enfermos.  Quemar vivos a viejos y niños.

Pues bien, las tropas aliadas que cometieron tales crímenes -los más bárbaros de ellos al mando del Conde D’Eu- proceden por cuenta de gobiernos que se esmeraban en presentar al mundo al Paraguay como una guarida de bárbaros, la guerra como una forma de redención de los paraguayos de las garras de Francisco Solano López.  Nunca el crimen de la guerra estuvo tan íntimamente ligado a la calumnia, a la infamia y a la mentira.  Nunca se vio tanta vergüenza en América.

Es difícil, empero, saber cuál es la mayor villanía cometida por el Conde D’Eu, porque él, un sádico en el comando de la guerra, consigue excederse.  Después de la célebre batalla de Acosta Nú, donde tres mil quinientos niños enfrentaron a veinte mil aliados, cuando al final al caer la tarde, las madres de los niños paraguayos salían del matorral para rescatar los cadáveres de los hijos y socorrer a los pocos sobrevivientes, el Conde D’Eu mandó incendiar la maleza, matando quemados a los niños y a sus madres.

Después de la batalla, Acosta Nú era un campo llameante: entre las llamas se veía, ya en la noche, levantarse un niño-soldado que yacía allí herido y huir del fuego hasta ser alcanzado y caer en la hoguera, quemándose vivo.  Es difícil en la crónica militar encontrar actos de mayor salvajismo.

Otros crímenes de guerra podrían proseguir siendo narrados.  El ejército paraguayo acostumbraba ser seguido por las mujeres de sus soldados: las “residentas”.  Después de las batallas era común en las “residentas” que entrasen en el campo de batalla, recogiendo y curando a sus heridos -padre, hermano, hijo, marido- o simplemente para enterrar a sus muertos.  En la batalla de Avay, cuando el general Osorio fue herido y murieron tres mil brasileños, el furor fue tanto, que al final, cuando cien “residentas” salían de la orilla de la selva para recuperar a los muertos, sufrieron una carga de caballería, fueron muertas debajo de las patas de los caballos y lanceadas.  Algunos soldados brasileños intentaron evitar esa carnicería -que ya había sido precedida de otra, en el exterminio de heridos-, pero no lo consiguieron.

En la Guerra del Paraguay se cometieron los mayores crímenes que la historia militar de las Américas tiene registrado.  Y fueron cometidos contra el Paraguay, por el Imperio del Brasil, Argentina y Uruguay.  El Conde D’Eu inscribió su nombre entre los grandes criminales de la historia en apenas un año que comandó el ejército del Imperio.  Al lado de esos nefastos crímenes de guerra, trabajó una propaganda mentirosa, infame, zafada y vergonzosa que para encubrirlos, los imputaba al Paraguay.  La documentación de los crímenes de guerra cometidos en el Paraguay, por la Triple Alianza, obviamente no es abundante pero es indesmentible.  Para destruir al Paraguay, el Imperio del Brasil, la Argentina de Mitre y el Uruguay de Venancio Flores -todos al servicio del imperialismo inglés- se cubrirán de los crímenes de guerra más vergonzosos jamás cometidos en las Américas

Fuente

Chiavenato, Julio José – genocidio Americano.  La Guerra del Paraguay

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado

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