El arte de la pintura que reproduce tácitamente las variadas escenas de la vida, los grandes acontecimientos del pasado, que revela en una pincelada mecánica, lo que tal vez un talento literario no haría en un libro, ya demostrando los arranques violentos de la desesperación, los dolores supremos de la adversidad, el fanatismo de una idea, la serenidad del espíritu, o los sentimientos y pasiones de un pueblo en sus diversas fases, o el conjunto de grandezas que impulsan en una época propicia a crear un gran acontecimiento; ese arte que se paga tan caro cuando los productos son excepcionales, y honra y adorna al mismo tiempo a las naciones civilizadas, tiene para mi el culto más constante porque veo en él el más noble auxiliar de la historia, y uno de los medios de conmemorar sus grandes hechos.
Hoy, aunque modestamente, se inicia esa tarea en mi país, y con agrado distingo por primera vez que un pintor argentino, formado por su propio esfuerzo, ha salvado del olvido episodios de una época que será siempre un timbre de honor en los anales de la patria.
Los cuadros de este artista ignorado hasta hoy, son 29, están pintados al óleo y representan diversos episodios de la guerra del Paraguay; su autor es el capitán de inválidos D. Cándido López, oficial que fue en aquella época, del Batallón San Nicolás, cuerpo que hizo la campaña desde el principio hasta el fin, concurriendo a todas sus grandes jornadas.
El autor por si solo realza el mérito de sus telas. Actor distinguido que deja un brazo en un campo de batalla memorable, es el único testigo presencial que a través de veinte años de distancia, hace surgir con animado colorido una parte del panorama histórico, donde el ejército argentino hizo penosa escuela, y adquirió un renombre merecido.
El capitán López formó entre los primeros que al iniciarse la contienda, marcharon entusiastas a engrosar las filas de la juventud argentina, que ardiente respondió al llamado del patriotismo. Asistió a casi todas las acciones de guerra que tuvieron lugar hasta el 22 de Setiembre de 1866, en cuya sangrienta jornada, perdió el brazo derecho, batiéndose como un bravo al frente de sus soldados.
Durante el período de su permanencia en el ejército, empleó el tiempo que le dejaban sus obligaciones militares en hacer un gran acopio de material artístico, ya tomando del natural paisajes de los puntos mas importantes, o esbozando batallas en las que había sido combatiente o inteligente observador.
Esos dibujos y acuarelas copiados del “Vero” contenían en si un gran valor histórico; de manera que, sin pensarlo el modesto miliciano servia a su patria con doble impulso; y afanoso y persistente trasladaba al lienzo la verdad, que se pierde al fin, o se desfigura por completo en la tradición oral, y sin cuyo auxilio los ilustres pintores del futuro no podrían animar sus grandes telas, como lo han hecho David. H. Vernet, Pradilla, Mesonniér, Neuville, Detaille, y otros.
Los lienzos del manco de Curupaytí llevan el sello indeleble de su propia sangre; son el testimonio ineludible del testigo ocular de aquellas gloriosas escenas; tenaz investigador, con un propósito honroso y de sano criterio, que sacrificando todo a la exactitud del detalle nos ha conservado así un precioso documento para la historia.
Si nuestra gloriosa epopeya de la independencia hubiese legado al presente las impresiones reales de un cronista de pincel, ¡cuántas escenas ignoradas hoy, y paisajes suprimidos, habrían enriquecido las producciones de los historiadores! Muchas veces el simple bosquejo de un lugar célebre o de un episodio, ejecutado por un testigo presencial, es un libro abierto, donde el investigador se da cuenta al través del tiempo del suceso y de la acción del hecho comprendiéndolo mejor en su escenario propio. Tan es así que hemos presenciado en estos tiempos, una interesante discusión histórica entre dos eminencias literarias, sobre el ataque de los ingleses a Santo Domingo; discusión que se hubiera evitado con el estudio de un miserable croquis, que pudo muy bien haber sido hecho por un sargento.
En este sentido dando a la pintura su verdadero valor histórico y teniendo en cuenta, el servicio que presta el Capitán López a su país y a sus compañeros de armas, merece la consideración de sus conciudadanos, y el reconocimiento del Gobierno a cuyo frente está un militar que ha sido actor también de esos sucesos; y tanto mas deberá ser ese reconocimiento, cuanto que el artista es un soldado quebrantado, combatido hace largos años por su mala estrella que se encuentra hoy con una numerosa familia en condiciones estrechas, siendo a la vez el pintor y el inválido de las glorias argentinas.
¡Cuántos años de paciencia y de labor habrá necesitado para completar su obra! pintando con una mano rebelde al arte, a la que tuvo que adiestrar con ímprobo trabajo. Yo lo he conocido en el duro yunque de su tarea, preocupado y asaltado sin descanso por la cruel adversidad, sintiendo que la miseria encarnizada golpeaba injustamente su puerta de hombre honrado, cavilando dolores inmensos en las largas noches del insomnio febriciente, y llevando alguna vez a sus cuadros, las negras nubes de su doliente espíritu.
Todo lo venció al fin su inalterable patriotismo, y la gloria de los argentinos que como un astro propicio vino a iluminar su mente atormentada, le dio fuerza y perseverancia para soportar su angustia de soldado. Sus nobles recuerdos convulsionando su alma con emociones santas, apiñados, en tropel animaron la tela del futuro con los sangrientos colores del pasado.
Pintó entonces, con constante anhelo, encarnizados combates de una contienda inmortal, donde la crepitación errante de la batalla recorre veloz el espacio con retumbos continuados que anuncian la horrible matanza, despiadada, fría, matemática en diversas figuras geométricas, y resultados previstos; el ángulo, el cuadrado, las paralelas, la curva, como las figuras de un inmenso y movible armazón pirotécnico, dibuja diversas espesas líneas de humo que se mueven, se rompen, se enlazan, avanzan, retroceden, se desordenan, se confunden, se extienden de nuevo cambiando de forma a cada momento con una regularidad pasmosa, todo al son desafinado de estallidos horrorosos, de músicas descalabradas, y roncos tambores. Esa escena grandiosa, sin embargo, de ser conmovida por esos grandes ruidos que aturden, está recogida en un silencio humano terrible; más cruel aún que todo eso. Ese silencio se llama, la disciplina; mágico poder despótico que posee un hombre débil, raquítico, de un aspecto físico despreciable, sobre una masa de sus semejantes que son todos seres robustos y armados hasta los dientes. Ese poder misterioso que hace que el soldado con una calma estoica mate o muera por algo que se llama en lenguaje de la virtud, el cumplimiento del deber, y se destaque como una amenaza o una salvaguardia de la libertad de las naciones; aquel ser único en la existencia humana, que es movido por resortes tan sólidos y fascinadores que avasallan su espíritu de conservación; producto de un sistema necesario y absoluto, sin igual, cuyos grandiosos efectos forman del hombre libre el héroe esclavo, electrizado por la nerviosa chispa del amor a la patria; sistema duro, implacable, cruel alguna vez; pero que es la única llave con que se abre el templo de la victoria.
Bosquejó con ánimo reverente, columnas solemnes, silenciosas, recogidas en un sentimiento religioso, rodeando con sus armas relucientes a un fraile soldado, rindiéndolas con dignidad ante el supremo creador; frentes altivas de guerreros endurecidos en la lidia sin descanso, elevando su espíritu en alas de un pensamiento íntimo, inconmensurable.
Dio vida y animación a los alegres campamentos donde entre las crueles privaciones, y la resignación a la dura tiranía de la disciplina, se hace la vida de hermanos, y se preparan por un solemne juramento a morir por la patria.
Animó paisajes históricos lujuriantes de vegetación tropical, irradiados por esa luz sublime que esparce en el ambiente perfumado la vida y el calor.
Prestó las sombras de sus amargas noches al oscurecido bosque desierto, salvaje, enmarañado, entretejido desordenadamente de corpulentos árboles, cuya nudosa y rugosa piel, demuestra siglos de muda existencia, como el testimonio de la fuerza colosal del suelo americano, ostentando monstruosos injertos que a la penumbra del crepúsculo de la tarde semejan híbridos abortos de infernal misterio, dejando balancear pausadamente gruesas lianas que parecen las rotas cuerdas ennudadas de un arpa eólica, inmensa; en la que aun gime un viento de fuego los entrecortados lamentos de un pueblo esclavo. Selva infinita, donde la imaginación aturdida divaga incierta, y el corazón frente a esa soledad de árboles, pavorosa, se siente oprimido por un pánico horrible que hiela la sangre que lo impulsa, y sólo lo arranca de ese estupor cobarde uno que otro graznido de alguna ave de rapiña, que anuncia con la algazara del festín la ansiada presa del día, o el rugido de la vagamunda fiera que previene que ese es su dominio, y que solo espera la hora tenebrosa del acecho para saciar su hambre en la incauta víctima.
Arrojó la luna pálidamente fúlgida balanceándose inquieta, como agitada de temor, en el turbio lago ensangrentado, derramando un barniz color de cera sobre la lívida faz de un cadáver flotante, que parece que se mece a su atracción, en las silenciosas aguas del estero, impulsado por la brisa de los muertos, que allá, en las ramas de los árboles de la orilla murmura un acento desconocido.
Destacó de un suelo arenoso, inhospitalario alguna esbelta palmera, dando sombra escasa a una tumba anónima, por fin, consagró los momentos mas íntimos de su vida a una obra noble y patriótica, obra que recién se sabrá apreciar, cuando algún eminente pintor argentino inmortalice nuestros grandes hechos, recogiendo en esta preciosa fuente la base fundamental de sus cuadros; y hoy consolado el braveo inválido experimenta la satisfacción de merecer la estimación de sus compatriotas que acuden solícitos a contemplar su obra.
Sus telas en cuanto al sentimiento artístico deben calificarse como las de un buen aficionado, representan todas animados episodios de la guerra del Paraguay. Son cuadros históricos que llevan en este sentido su mayor mérito, disimulando este realce sus defectos; siendo también de notar el colorido del paisaje, los planos bastante bien graduados, aunque no bien equilibrados; la perspectiva aérea alguna vez es digna de elogio, lo mismo que la composición bastante bien ordenada, repartida en una multitud de grupos que se mueven en veintinueve telas de ochenta centímetros por treinta.
En esta sección la pintura militar es la más difícil. La animación de multitud de figuras en diferentes posiciones y el conjunto general de esos grupos es ardua. Salvatore Rosa, refiriéndose a la Divina Comedia, encomiando el talento del Dante, decía: “Es el primer pintor del mundo porque ha pintado seis mil figuras en diferentes posiciones”. Esa es la razón porque son excepcionales los pintores de batallas.
López tiene combates que los ha tratado bastante bien y están ejecutados con el sello criollo que es tan necesario a los cuadros del país.
La batalla del 2 de Mayo es uno de estos; son dos lienzos que reflejan instinto del arte y conocimiento de la táctica de las armas según se bosquejan sus movimientos en la imaginación guardando la acción del campo de la lucha.
El primer cuadro representa el ataque de los paraguayos a los orientales, que tuvo lugar el 2 de Mayo de 1866. La escena se ve a lo lejos, y no podrá negar el que haya visto aquel combate a cierta distancia, que no puede ser mayor la verdad histórica llevada al lienzo al través del tiempo. Ese entrevero confuso de la infantería paraguaya con las fuerzas aliadas de la vanguardia, se anima por grados. Pallejas, haciendo prodigios de valor, retrocede palmo a palmo, hecho pedazos; sus orientales sucumben sin descanso. Imposible poder contener aquella irrupción de bayonetas que se le viene encima, dispersa como un ataque de indios; y al contemplar ese desorden en retroceso, nos trae a la memoria los esfuerzos de nuestros valerosos compañeros de peligros, los orientales y brasileros. Es aquella como una nube de sangre que gira en lontananza; en ciertos momentos, semeja un volcán de llamas que rueda sin rumbo entre horrorosos estruendos y borbotones de humo.
En el segundo se distingue el choque del 1° de Caballería de Línea con un regimiento paraguayo uno de los episodios más gloriosos para los argentinos; es el primer tanteo de las dos bravas caballerías. Esta tela es de más mérito; hay multitud de caballos en diferentes posiciones que se animan gradualmente y galopan en un paisaje paraguayo, donde no faltan esbeltas palmeras y sombríos esteros.
Colorido, composición y perspectiva, todo es bastante bueno en él; sólo en algunas partes falla el dibujo, pero mirado el cuadro a distancia, no se nota tanto ese defecto.
Yatay y Uruguayana, esas dos grandes victorias estratégicas de la triple alianza, están ejecutados con verdad y sólo se nota el defecto de perspectiva y dibujo, como también algún amontonamiento en las tropas.
En este campo de batalla los claros son menos espaciosos que los que marca la ordenanza y por consecuencia mucho menos que los que se observan en el campo de batalla; los espacios en los cuerpos dando siempre mayor claridad que la que la realmente deben tener.
De este mismo defecto adolece la batalla del 24 de Mayo, y una misa al aire libre, sin embargo, que aquí se me puede decir que no hay regla fija porque alguna vez se estrecha, según convengan, el espacio circulante con el propósito de reducir las distancias; pero reputo de mayor efecto mas separación en las masas.
Las tropas que se agrupan demasiado, producen mal punto de vista por su misma regularidad geométrica.
Los defectos de la composición y el colorido son pasables, cuando en el cuadro resalta la perspectiva y el dibujo que son la base esencial de una buena tela. Esto no se adquiere sino después de un constante trabajo.
Hay otros cuadros como el número XIII, que representa un campamento paraguayo incendiado; el XVI, un campamento en el Empedrado; XIX, y XXII, Itapirú; el XXIII, campo en el Paso de la Patria que incuestionablemente tienen su mérito artístico, sobresaliendo en todos el vigoroso colorido del paisaje del teatro de la guerra.
Al felicitar a nuestro antiguo compañero de armas, le rogamos que continúe su tarea, buscando al mismo tiempo en el constante estudio un nuevo impulso al arte que profesa, y le garantimos que si doblega sus facultades artísticas a estudiar el dibujo y la perspectiva, será con el tiempo, nuestro pintor de batallas, que unirá a la verdad histórica y la exactitud técnica, las cualidades que animan las masas, imprimiéndolas el movimiento de la vida.
Cuando a la sangre prodigada por un deber sagrado, se agregan los servicios patrióticos de la inteligencia, la posteridad, aunque modestamente, no podrá menos que señalar un puesto en su teatro sin límites, al inválido artista.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Garmendia, José Ignacio – La cartera de un soldado, bocetos sobre la marcha – Buenos Aires (1889).
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