Descendiente de un hogar humilde y cristiano, nació en Montevideo, el 8 de setiembre de 1781. Era hijo de Santiago Figueredo y de Ana María Grueso. Cursó los estudios elementales en el Colegio de San Francisco de su ciudad natal, y luego pasó a Buenos Aires como alumno del Real Colegio de San Carlos, donde adquirió una sólida cultura intelectual. Fue alumno de filosofía de 1795 a 1797, del doctor Diego Estanislao Zavaleta. Asistió desde 1798 a 1800, a los cursos de teología escolástica y canónica, y tuvo como profesores a los doctores Carlos J. Montero y Matías Camacho. Razones de índole económica lo obligaron a abandonar el Colegio, regresando a su hogar en 1803, pero favorecido por personas de su amistad, pudo reanudar la carrera en el Seminario bonaerense al año siguiente, y recibir las órdenes el 20 de diciembre de 1806, de manos del obispo Lué y Riega, en la Iglesia de San Juan, de Monjas Capuchinas.
Fue destinado al servicio de la Iglesia Matriz de Montevideo. Tuvo funciones de capellán del 2º Batallón del Cuerpo de Voluntarios del Río de la Plata cuando se produjeron las Invasiones Inglesas; luego, en 1808, pasó a ser teniente de la Capilla de Pando, y de allí a cura párroco de Nuestra Señora de Luján, en el partido del Pintado. Convencido de la inevitable ruina de ese poblado, inició ante las autoridades respectivas, los trabajos conducentes a trasladar sus feligreses a una llamada Estancia, propiedad del Cabildo de Canelones, próxima al arroyo Santa Lucía Chico, y con el apoyo de los cabildantes, el 24 de abril de 1809, fundó la Villa de San Fernando de la Florida, erigida así en nombre “de nuestro amado monarca”.
Producida la Revolución de Mayo, Figueredo apoyó dicho movimiento, aunque el 12 de julio de 1810, fracasó en Montevideo una asonada militar. En ese vaivén de pasiones, debió dirigir el 28 de agosto de ese año, un oficio al Cabildo de Montevideo, en el que no vaciló en declarar su adhesión al viejo régimen. A pesar de ello, ofreció varios donativos patrióticos a las autoridades de Buenos Aires.
No sólo breve, sino inestable fue su permanencia en La Florida, porque estuvo complicado en trabajos revolucionarios, a favor de la Junta de Mayo, y al producirse el combate naval de San Nicolás de los Arroyos (2 de marzo de 1811), el padre Figueredo se encontraba en ese lugar.
Artigas lo honró días antes de la batalla de Las Piedras, interinamente, con el cargo de capellán, siendo confirmado por decreto del 16 de marzo de 1812, y destinado al Regimiento de Blandengues de la Frontera, de Montevideo, cargo que desempeñó gratuitamente cediendo su sueldo íntegro para “las urgencias de la Patria”.
En los días del Exodo, continuó como párroco de La Florida, y en el Sitio de Montevideo se halló en la batalla del Cerrito. Después fue nombrado Capellán del Regimiento Nº 4 de Infantería, por decreto del 5 de diciembre. Sin embargo, el lamentable cisma surgido entre Artigas y las autoridades porteñas, originó un distanciamiento tan hondo entre Figueredo y el jefe de los orientales, que éste llegó a exigir entre las condiciones de arreglo propuestas a Buenos Aires “el retiro del presbítero o Vicario General del Ejército don Santiago Figueredo”, incluyéndolo en la lista de los ciudadanos desterrados, que pidió la misión de Mateo García de Zúñiga. Esta autoridad directorial porteña caducó a raíz del golpe militar del 21 de febrero de 1813. Desde entonces su actuación continuó en Buenos Aires, y le cupo integrar en esa época, la Asamblea General Constituyente de 1813.
Fue grande su fervorosa adhesión a la empresa libertadora, y el 10 de setiembre del expresado año, pidió que se le destinara al ejército de la Capital, pues “deseaba mezclarse con los paisanos para repeler al enemigo”. Al día siguiente, el gobierno le dio las gracias por su ofrecimiento y le informó que tendría “en cuenta su generosa oferta”.
El 13 de setiembre de 1814, fue designado Teniente Vicario del Ejército del Alto Perú, y en una breve estada en Córdoba, se doctoró en Derecho Civil en dicha Universidad, en 1815.
Una nota del 24 de febrero de ese año, del Director Supremo Carlos de Alvear, contestaba a una anterior proponiéndolo para la gracia concedida a Figueredo. Adicto al gobierno y a la facción alvearista, los sucesos de abril de 1815, surgidos a consecuencia de la sublevación de Fontezuelas, le tocarían de cerca. En efecto –dice su autorizado biógrafo Ariosto Fernández-, instaurado el proceso político a los hombres de aquel partido, Figueredo era condenado a confinamiento en la “Guardia del Monte”, según sentencia definitiva, dictada el 3 de julio por la Comisión de Justicia. Al cumplirse catorce meses de prisión en la frontera, solicitó al Director Pueyrredón se le levantase la confinación, por lo que presentó documentos firmados por Artigas y Sarratea, que avalaban los patrióticos servicios prestados. La consulta al Congreso de Tucumán, la hizo Pueyrredón, el 26 de setiembre de 1816. Después fue nombrado canónigo lectoral de la Catedral de Buenos Aires, el 8 de mayo de 1818, y dignidad del Senado Eclesiástico en 1820.
Por decreto del 16 de marzo de 1822, el gobierno de Buenos Aires declaró “doctoral” la Silla del canónigo Figueredo en la “Santa Iglesia Catedral”, siéndole por lo tanto afecta la carga de la defensoría de los derechos de la Iglesia.
A mediados de abril de 1824, circuló en Buenos Aires, con insistencia, la falsa noticia de la muerte del doctor Figueredo, de resultas de un trágico accidente ocurrido en el pueblo de San Antonio de Areco.
En 1828, fue promovido a la cuarta dignidad del Senado Eclesiástico, del que era miembro.
Llegó a destacarse como orador de nota, y el 21 de diciembre de 1829, al cumplirse el primer aniversario del fusilamiento del gobernador Manuel Dorrego, fue designado para pronunciar una “Oración fúnebre” en el acto de los funerales, oficiados con gran pompa y solemnidad en medio de una numerosa concurrencia. La notable Oración se publicó en ese año, en folleto.
Diputado de la Legislatura provincial, en 1830, vio culminar inmediatamente su vida pública, al ser nombrado Rector de la Universidad de Buenos Aires, el 23 de agosto de ese año, para reemplazar al doctor José Valentín Gómez. El tercer Rector –de acuerdo a la cronología- poseía talento y al asumir pronunció palabras vibrantes que eran una ligera síntesis de la labor reconstructiva que lo animaba. Tres días después, el 27 de agosto, Figueredo fue nombrado para reorganizar la Imprenta del Estado.
Debido a una penosa enfermedad que lo aquejaba, el 21 de octubre de 1831, entregó interinamente el mando del rectorado de la Universidad, con aprobación del gobierno, al vicerrector doctor Paulino Gari. A pesar de la brevedad del tiempo que Figueredo ocupó el cargo de Rector, desarrolló una actividad meritísima. Durante el ejercicio de su rectoría renunció a todo el sueldo que le correspondía.
Era muy adicto al Restaurador de las Leyes, quien le confirió otros cargos y distinciones. Tenía su casa quinta en los terrenos cercanos a Palermo, frente a la llamada “Quinta de Unzué”, que fue la residencia presidencial.
Figueredo había proyectado un viaje al Uruguay, del que se encontraba ausente desde los sucesos de 1813, ya que deseaba plantar y delinear la villa del Rosario en compañía del ingeniero Egaña y otros técnicos. Planeado el viaje, y obtenidas del gobierno oriental las licencias necesarias para desembarcar en su territorio, se reagravaron sus dolencias.
Falleció en Buenos Aires, el 22 de febrero de 1832. Sus restos descansan en el Panteón de la Catedral Metropolitana. La “Gaceta Mercantil”, al día siguiente, lo llamó “ciudadano tan distinguido por sus luces como por su acendrado patriotismo”.
Fuente
Cutolo, Vicente Osvaldo – Nuevo diccionario biográfico argentino – Buenos Aires (1971)
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Portal www.revisionistas.com.ar
Se permite la reproducción citando la fuente: www.revisionistas.com.ar