El viajero inglés William Mac Cann llegó a la ciudad de Paraná en diciembre de 1847, luego de recorrer todo el Río de la Plata a caballo. De vuelta en Inglaterra publica un libro al que tituló “Dos mil millas a caballo por las provincias argentinas” (1853). En relación a la provincia de Entre Ríos dice:
Fuimos a Paraná en un bote descubierto. Después de navegar más de cuatro leguas, siguiendo el curso del río, llegamos a la ciudad, situada en la margen opuesta a la de Santa Fe. Era ya la media noche y como el tiempo estaba húmedo y frío, nos vimos obligados a despertar a un oficial de aduana, que nos albergó bondadosamente. Los otros pasajeros del bote -entre ellos cuatro mujeres- durmieron bajo los árboles. Esta ciudad, como todas las demás, carece en absoluto de hospederías u otros alojamientos para viajeros; de ahí que éstos acostumbren a parar en casa de algún amigo, cuando no alquilan particularmente una habitación. El gobernador, general Urquiza, se hallaba en campaña, combatiendo en la provincia de Corrientes, pero el delegado nos recibió con toda civilidad.
La ciudad, fundada por el año 1730, no tiene nada que la distinga de las ya descriptas anteriormente. Está situada sobre una barranca muy alta del río Paraná, a una milla más o menos de la costa, en los 30º 45’ de latitud sur y 60º 47’ del meridiano de Greenwich. El camino que la comunica con el río, apenas puede llamarse así, y como la barranca es muy escarpada, el acarreo se hace difícil y se encarecen mucho los fletes y las mercaderías. La aduana funciona en el centro de la ciudad, y esto importa otro inconveniente. La gente no parece muy inclinada al comercio; se ven algunas tenerías, pero en ruinas, lo mismo que otros vestigios de una industria anterior, extinguida. La población ha sido en otro tiempo, hasta de diez mil habitantes, pero actualmente se halla reducida a unos seis o siete mil. Con todo, va en aumento desde hace algún tiempo. Los extranjeros cuentan en número de cien, aproximadamente, casi todos italianos; habrá una docena de franceses, una media docena de ingleses y dos norteamericanos. Por ahora no existen edificios públicos, pero un arquitecto norteamericano, Mr. Guillon, tiene a su cargo la construcción de una casa de gobierno. Hace algunos años se empezó también a edificar una iglesia de regulares proporciones, que ha quedado sin terminar.
Los artesanos son escasos y apenas si pueden desempeñar los oficios más necesarios. El comercio de exportación consiste en cueros, cerdas, sebo y cal, siendo el tráfico de este último producto, muy importante. Pertenecen al puerto de la ciudad algunos barcos pequeños, si bien no existe todavía una matrícula de registro. El suministro de agua para la población se realiza en malas condiciones porque debe llevársela desde el río, en carros tirados por bueyes. Suele pagarse, de un chelín a diez y ocho peniques por una sola pipa de agua. Las frutas que se producen en mayor abundancia son las naranjas, las uvas, los limones, duraznos y albaricoques.
En invierno, y por unos dos o tres meses, el clima es húmedo y frío, pero en el resto del año se mantiene suave y seco. Las chimeneas interiores no se usan en las casas de familia y rara vez he visto alfombras en algunas habitaciones. Las gentes -de toda condición- pasan la mayor parte del tiempo al aire libre y sólo viven bajo techo mientras duermen o en los días de lluvia. Podría creerse que, gracias a esta circunstancia y a la benignidad del clima, gozan de muy buena salud, pero en el hecho no es así. La costumbre de fumar tabaco y de tomar mate con bombilla, es común a las personas de ambos sexos en todas las clases sociales. Esto, agregado a la vida ociosa que muchos llevan, contribuye al desarrollo de diversas enfermedades crónicas del aparato digestivo -particularmente en su parte superior- y a dolencias agudas y también crónicas de la matriz. Son, asimismo, bastante frecuentes las enfermedades agudas del pecho, pero no así las de cabeza y las consuntivas del pulmón, que se dan raramente. Las intermitentes son desconocidas. Como enfermedad endémica, común también a las provincias vecinas, debe señalarse el bocio, que en esta población presenta la particularidad de que ataca solamente a las mujeres. He conocido varios hombres con bocio, pero eran de regiones pertenecientes a Santa Fe, donde el bocio está muy extendido. En Santa Fe, como en Corrientes y Paraguay, los hombres atacados de esa enfermedad son pocos en proporción a las mujeres que sufren de ella. Creen los naturales que el bocio es producido por el agua que se bebe y así, he oído relatar uno o dos casos de hombres y mujeres que, por beber agua del mismo pozo, tenían el cuello inflamado.
Por lo que atañe a la historia remota de esta provincia, nada he podido saber de interesante: ni siquiera de carácter legendario. El territorio tuvo como primitivos habitantes a una tribu de indios llamados charrúas, contra los cuales vivieron en continua guerra los primeros pobladores blancos. Finalmente, por el año 1750, se dio una batalla decisiva, a orillas de un arroyo llamado desde entonces de la Matanza, donde los indios fueron destruidos, casi por completo. Los que pudieron escapar, se refugiaron en la Banda Oriental y nunca más intentaron atacar el territorio.
Después de la declaración de independencia, esta provincia continuó por poco tiempo bajo la jurisdicción de Buenos Aires, pero luego se negó a reconocer su autoridad. Cada jefecillo trató de convertirse, mediante su espada, en un señor soberano. Para 1816, el general Artigas, entonces poderoso en la Banda Oriental, envió una fuerza al mando de Francisco Ramírez, contra don Eusebio Hereñú que en esos momentos hacía de gobernador de Entre Ríos. Ramírez le derrocó y se apoderó del gobierno; luego se rebeló contra la autoridad de Artigas, quien inmediatamente invadió la provincia. El jefe oriental maniobró con éxito, al principio, pero en 1819 fue completamente derrotado por Ramírez y buscó refugio en la provincia del Paraguay. Ramírez a su vez, sintiéndose seguro, cruzó el río Paraná y se dirigió a Santa Fe con un cuerpo de caballería, dispuesto a invadir Buenos Aires. Se le opusieron, don Estanislao López, gobernador de Santa Fe, y La Madrid, jefe de las fuerzas porteñas. En una batalla librada cerca de la frontera de Córdoba, fue muerto Ramírez. Su hermanastro, don Ricardo López Jordán, se declaró entonces “Supremo jefe de la Provincia”. El general don Lucio Norberto Mansilla, comandante de la infantería y que había contribuido a la derrota de Artigas, se pronunció contra don Ricardo y finalmente le derrocó del poder. Poco después se reunió un congreso, convocado por Mansilla, y compuesto de diputados representantes de diversas localidades de la provincia. Este congreso dictó un cuerpo de leyes y organizó un gobierno que, nominalmente, ha existido hasta hoy. La provincia quedó dividida en departamentos y subdepartamentos, el gobierno se reconcilió con el de Buenos Aires, haciendo alianza con él y trató, en todo, de inspirar la mayor confianza posible. El general Mansilla gobernó hasta 1824, año en que renunció formalmente el poder, siendo entonces elegido don León Solas. En años sucesivos, varios hombres ignorantes e incapaces, usurparon la autoridad civil y militar, sobreviniendo como consecuencia la anarquía que se prologó hasta 1831. En este año asumió el gobierno don Pascual Echagüe y pudo restaurar el orden. La guerra volvió a encenderse en 1838 viéndose la provincia envuelta en nuevas calamidades, pero en 1841 fue elegido gobernador el general Urquiza, quien, desde entonces, ha logrado mantener el orden y la autoridad.
La posición geográfica de la provincia de Entre Ríos, es decididamente favorable al comercio. Puede hacerse la navegación interior por espacio de varios cientos de millas y los barcos destinados a Europa, estarían en condiciones de efectuar sus cargas en inmejorables condiciones. Pero sus relaciones políticas, mercantiles y sociales, se hallan tan desorganizadas, que, por el momento, parece imposible que la provincia pueda salir del caos en que vive. El gobierno de España había hecho grandes concesiones individuales de tierras a diversas personas, pero resultó que, en muchos casos, esas tierras fueron usurpadas por ocupantes intrusos, y los propietarios verdaderos no han podido desalojarlos nunca, por ningún medio. La anarquía continua en que ha vivido la provincia, ha contribuido también a que los títulos de propiedad de la tierra, no ofrezcan mucha garantía, y tan poca atención se ha prestado al asunto, que las autoridades no siempre están en condiciones de poder asegurar la ubicación de las tierras públicas. De ahí que los extranjeros no las compren sino bajo garantía formal del gobierno.
El suelo produce trigo, cebada y maíz; también puede obtenerse tabaco y algodón de buena calidad. Las cosechas, sin embargo, son muy problemáticas, a causa de las duras sequías que suele sufrir este suelo y también toda la República. Estas sequías, secas, como las llaman aquí, son, a veces, generales, pero son más frecuentes solamente regionales. Durante los años 1830, 1831 y 1832, hubo una sequía general en todo el país, que trajo una enorme mortandad de ganado, por falta de agua y pastos. En los años 41, 42, 46 y 47 se produjeron también grandes sequías en la provincia de Entre Ríos.
Esta provincia, y alguna de las vecinas, se hallaban invadidas por inmensas mangas de langosta. El poder destructor de estos insectos es increíble. En los meses de julio, agosto, septiembre y en ocasiones hasta en octubre, aparecen, procedentes de las regiones del norte y extienden su vuelo a través de la provincia de Santa Fe, pero muy raramente, o nunca, llegan más allá del río Uruguay. Parece que buscaran esa región del país únicamente para poner los huevos. El desove dura de veinte a treinta días y una vez cumplido, mueren las langostas madres. Uno o dos meses después, aparecen las langostas pequeñas: en un principio son blancas, pero luego adquieren un tinte oscuro, asemejándose en mucho al saltamontes pequeño. Pasados dos meses, ya tienen alas y están en condiciones de emprender vuelo en dirección al norte. La migración es simultánea porque, aun cuando el mayor número de insectos tenga las alas bastante fuertes, como para volar, ninguno lo hace hasta que todos se encuentran aptos para levantar el vuelo.
Para cruzar la provincia y pasar el río Paraná, tardan varios días con sus noches y vuelan en dirección a esa extensa región del país llamada Chaco, habitada únicamente por los indios. La ruta exacta que siguen es desconocida, por lo menos aquí, y sólo puede ser materia de conjeturas, porque el vuelo se extiende más allá de la provincia del Paraguay. Si bien, como hemos dicho, las langostas vienen hasta aquí únicamente a depositar sus huevos, parece que la fecundación principal del macho se hace todavía necesaria, porque cuando andan en la postura se les puede ver siempre apareadas. Macho y hembra perforan la tierra con la extremidad posterior del cuerpo y se entierran ellos mismos hasta las alas. Es común encontrarlas muertas en esa posición. Los huevos aparecen envueltos en una larga celdilla semejante a un pequeño cartucho de fusil, de dos pulgadas de largo y de una sustancia viscosa e impermeable al agua.
Las langostas escogen las tierras más duras para depositar sus huevos y es de notar que no vuelven periódicamente. Hubo una invasión en 1833 y las visitas se repitieron anualmente hasta 1840; desaparecieron luego hasta 1844 y, desde entonces, parece que han vuelto año tras año, sucesivamente. La voracidad y destructividad de estos insectos, es incomparable. Acosados por el hambre, se les ha visto comer la tierra, la corteza de los árboles más duros, el algodón y el hilo, pero solamente en casos muy extremos comen las parras, el cardo, el melón, el paraíso o árbol de ámbar. No comen tampoco ninguna sustancia animal. A veces, en el campo, comen enteramente los techos de paja de las casas, y las gentes se ven obligadas a renovarlos. El número de los insectos es incontable. Un viajero puede cabalgar en distancia de diez a veinte leguas, entre nubes de langostas, tan densas que constituyen un peligro para los ojos. Ni las ciudades ni los campos abiertos se ven libres de ellas. Cuentan que en el Paraguay, los habitantes lograron exterminarlas por unos cuantos años, obligando el gobierno a cada familia a presentar un cierto número de kilos de huevos; también se siguió el sistema de cavar zanjas en los lugares donde aparecía la langosta pequeña; luego las gentes, provistas de ramas de árboles, las hacían caer en los pozos, cubriéndolas luego con tierra.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Mac Cann, Willian – Viaje a caballo por las provincias argentinas – Segunda edición – Buenos Aires (1939)
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