La grave cuestión del malón, sus incendios de poblaciones, matanzas de sus habitantes indefensos, robo de ganados, cautiverio de mujeres llevadas a servir de toda forma a sus captores, se sufría desde la temprana etapa de la dominación hispánica.
Rosas logró, en su primera campaña al desierto, escarmentar a algunas parcialidades de aborígenes renuentes a transacción alguna, y pactar con otras. En 1834, llegado desde Chile, el araucano Calfucurá sometió bárbaramente a los borogas y se transformó en una especie de emperador de la pampa, recibiendo la adhesión y la subordinación de ranqueles y picunches. Rosas pactó con Calfucurá en 1836, Paz del Pino: a cambio de determinadas prestaciones, como animales, bebidas, ropas, yerba, azúcar, tabaco, logró mantenerlo en paz y hacerlo colaborar mediante la denuncia del propósito de malonear de algunas tribus hostiles.
Luego de Caseros, con la anarquía que subsiguió, volvieron los malones. Ya en abril de 1852, Calfucurá invadió con 5.000 hombres las estancias del sur de Buenos Aires y hasta llegó a sitiar a Bahía Blanca. De allí en más, además de Buenos Aires, soportaron las depredaciones las provincias de Santa Fe, San Luis, Córdoba y Mendoza.
En 1855, el propio ministro de guerra de la provincia de Buenos Aires, Bartolomé Mitre, fue derrotado por Calfucurá en Sierra Chica.
Cuando se produce Cepeda, los indios aprovecharon para caer con malones sobre 25 de Mayo, Azul, Tandil y Bahía Blanca.
Las cosas continuaron mal luego de Pavón, a pesar del esfuerzo de Mitre para ocupar la isla de Choele-Choel, como lo había hecho Rosas, a fin de cortarle el camino a Chile a la indiada, que hacía las ventas del ganado robado en ese país. El objetivo no fue logrado, porque Calfucurá intimó la desocupación de la isla y no fue posible contradecirlo.
Durante la presidencia de Sarmiento, el problema se agravó, a pesar del arreo de gauchos a defender la frontera con el indio, con elementos técnicos, caballos y armas de inferior calidad, sólo se conseguiría que murieran en gran cantidad. José Hernández, en el “Martín Fierro”, hace alusión al drama del gaucho llevado para servir en los fortines.
Se calcula que, en 1870, unas 200.000 cabezas de ganado trasponen la cordillera llevadas por las huestes de Calfucurá para ser vendidas en Chile. Los 13 malones de 1870, son 29 al año siguiente, y 35 en 1872. Hubo que reaccionar, y en marzo de 1873 se logró derrotar a Calfucurá, con el auxilio de los caciques Cipriano Catriel y Coliqueo, en la feroz batalla de San Carlos, luego de la cual, en ese mismo año, fallecería el jefe araucano cuando contaba con más de cien años. Pero la Confederación indígena no habría de desaparecer: Namuncurá, hijo de Calfucurá, lo sucedido en el poder.
Los malones continuaron en 1873 y 1874. El ministro de Avellaneda, Adolfo Alsina, debió soportar, entre 1875 y 1876, la “invasión grande”, cuando atacan cerca de diez mil lanzas. Zeballos recuerda: los indios se retiran “con un botín colosal de 300.000 animales y 500 cautivos, después de matar 300 vecinos y quemar 40 casas. ¡Tal era el cuadro a que asistía con horror la Nación entera!” (1)
A principios de 1876, las fuerzas nacionales, que cuentan con un fusil demoledor, el Rémington, logran sucesivos éxitos que remataron con el de Paragüil, en marzo de ese año. Comenzaba a hacerse realidad la solución de uno de los problemas más graves que poseíamos: el de las fronteras interiores, puesto que, como se ha dicho: “La arquitecturación política definitiva del país, su expansión económica, la defensa del territorio, exigían la posesión plena de la Pampa y de la Patagonia”, (2)
Alsina tenía el proyecto de cavar una zanja a todo lo largo de la frontera con el indio, de 3 varas y media de ancho y dos varas y media de profundidad. Luego de la invasión grande se cavaron 42 leguas, unos 200 kilómetros, construyéndose asimismo 82 fortines y 5 fuertes en el sur de la provincia de Buenos Aires, proximidades de Bahía Blanca. Evidentemente, la zanja era un buen obstáculo para el arreo de ganado, que los indios conseguían salvar abriendo portillos, pero perdiendo un tiempo precioso que facilitaba su represión por las fuerzas nacionales.
La zanja era un recurso meramente defensivo que no contó con la aprobación del general Roca, quien describiera: “¡Qué disparate la zanja de Alsina! Avellaneda la deja hacer. Es lo que se le ocurre a un pueblo débil y en la infancia: atajar con murallas a sus enemigos. Así pensaron los chinos y no se libraron de ser conquistados por un puñado de tártaros, insignificantes, comparados con la población china. Si no se ocupa la pampa, previa destrucción de los nidos de indios, es inútil toda precaución y plan para impedir las invasiones”. (3) El plan de Roca es el de Rosas, según lo reconoce aquél al escribirle a Adolfo Alsina: “A mi juicio el mejor sistema de concluir con los indios, ya sea extinguiéndolos o arrojándolos al otro lado del río Negro, es el de la guerra ofensiva, que es el mismo seguido por Rosas, que casi concluyó con ellos”. (4)
La campaña del desierto. Consecuencias
Estas ideas, que se resumen, en las propias expresiones de Roca, de no ir eliminando las hormigas una por una, sino de llevar la guerra al propio hormiguero, esto es, a la toldería, tuvo oportunidad de realizarlas al ser designado para suplantar a Alsina en el ministerio de guerra. El proyecto del tucumano era llevar la frontera con el indio hasta los ríos Negro y Neuquén, es decir, oponerle al aborigen “no una zanja abierta en la tierra por la mano del hombre, sino la grande e insuperable barrera del río Negro, profundo y navegable en toda su extensión, desde el océano hasta los Andes”. (5)
Para avanzar la frontera hasta la cordillera, Roca aprovecharía que Chile estaba enfrascado hacia 1879 en una guerra con Bolivia y Perú, ocupando el inmenso territorio cuya posesión podría eventualmente discutirnos Chile en el futuro.
Lo dicen Avellaneda y Roca, conjuntamente con los anteriores conceptos, cuando enviaron el correspondiente proyecto de ley al Congreso implementando el plan propuesto por el segundo: “La importancia política de esta operación se halla al alcance de todo el mundo. No hay argentino que no comprenda, en estos momentos en que somos agredidos por las pretensiones chilenas, que debemos tomar posesión real y efectiva de la Patagonia, empezando por llevar la población al Río Negro”. (6)
El 5 de octubre de 1878, el Congreso, mediante ley 947, aprobó el proyecto de Roca, de conquista del desierto, y por la ley 954, creó la gobernación de la Patagonia.
La ejecución del plan se hizo en dos etapas. La primera fue preparatoria, realizada a partir de julio de 1878, mediante operativos aislados que fueron limpiando de tolderías todo un inmenso escenario, obligando a la indiada a dejar su hábitat y a refugiarse en zonas aún no exploradas. Fue una campaña de “malones invertidos”, pues ya no era el malón indio el que atacaba poblaciones indefensas robando, sino que eran cuerpos de ejército los que caían sobre los toldos rescatando cautivos.
En 1879 se realizó la segunda parte del plan, tendiente a ocupar el camino a Chile, que facilitaba la negociación del ganado robado, y desde donde podían llegar otros contingentes araucanos, como había ocurrido con Calfucurá en 1834. Unos 6.000 hombres, divididos en cinco cuerpos de ejército, convergieron a todo lo largo del Río Negro acompañados de misioneros, ingenieros, agrimensores, hombres de ciencia, periodistas, fotógrafos, etc. El 25 de mayo de aquel año se tomó posesión de la isla Choele-Choel. En junio, se llega a la confluencia del río Limay con el río Neuquén, mientras la columna de Napoleón Uriburu accedía al alto Neuquén.
Se lograba así pacificar toda una inmensa zona sujeta durante largo tiempo a la rapiña y al sacrificio de vidas inocentes. Se incorporaban 15.000 leguas cuadradas a la producción agrícola-ganadera; y se afirmaba la soberanía nacional sobre la Patagonia, en momentos en que subsistía el conflicto limítrofe con Chile en esa zona.
La conquista del desierto se completaría durante la presidencia del general Roca y las presidencias subsiguientes, y es uno de los aspectos positivos de la gestión que le cupo a la llamada generación del ’80.
Referencias
(1) Cit. Por Gasio, Guillermo H. y San Román, María C., La conquista del progreso. Memorial de la Patria. 1874-1880, página 121.
(2)Heras, Carlos, Presidencia de Avellaneda en Academia Nacional de la Historia, Historia de la Nación Argentina, Buenos Aires (1965), Tº XII, página 256.
(3) Cit. Por Gasio, Guillermo H. y San Román, María C., La conquista del progreso. Memorial de la Patria. 1874-1880, página 125.
(4) Cit. Por Schoo Lastra, Dionisio, El indio del desierto (1535-1879), Buenos Aires (1977), página 255.
(5) Cit. Por Gasio, Guillermo H. y San Román, María C., La conquista del progreso. Memorial de la Patria. 1874-1880, página 129.
(6) Ibídem.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Petrocelli, Héctor B. – Historia Constitucional Argentina – Keynes – Rosario (1993).
Portal www.revisionistas.com.ar
Zeballos, Estanislao – La conquista de las quince mil leguas – Hachette, Buenos Aires (1958)
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