Francisco Sierra

Fotografía de Francisco Sierra (1831-1891)

Francisco “Pancho” Sierra, nació en Salto (Pcia. de Buenos Aires), el 21 de abril de 1831, fecha que no se ha podido confirmar con documentos.  Era el hijo del primer matrimonio del español Francisco Sierra con Raimunda Ulloa, familia acomodada del norte bonaerense.  Fueron sus hermanos: Enrique, Adolfo, Justo, Toribia y Carlota.  Al fallecer Raimunda, Francisco Sierra se volvió a casar con Raimunda Báez.

Sus padres lo trajeron a Buenos Aires para realizar los estudios de bachillerato, y se dice que también cursó varios años en la Facultad de Medicina.  Así lo afirmó en alguna oportunidad el Dr. Adolfo M. Sierra, su sobrino. (1)

Parece ser que, en tiempos que residía en Buenos Aires, el joven Pancho Sierra tuvo que experimentar un fracaso sentimental, que torció el rumbo de su existencia.  Se da hasta el nombre de la muchacha: Nemesia Sierra, que era prima suya.  Lo cierto es que súbitamente desapareció de la Capital y se instaló en el campo, en la heredad “El Porvenir”, entre Carabelas y Colón.

Hacia 1872 se inició una etapa de su vida dedicada “a servir constantemente a cuantos me necesitaron”, según sus propias palabras.  Lo hizo cobijando en sus campos a gente pobre, repartiendo dinero y curando enfermos durante casi 20 años.

“El Censor”, en su edición del 19 de setiembre de 1886, publicó una valiosa información sobre Francisco Sierra, constituida por una semblanza del mismo y por la entusiasta proclama que dirigió a sus amigos, incitándolos a trabajar por la candidatura de Máximo Paz, quien al mes siguiente, visitó Pergamino en gira preelectoral.  La proclama de Sierra venía certificada por Rafael Hernández, delegado del Comité Central del partido, y otros más para demostrar que el documento era auténtico y reflejaba realmente la palabra del caudillo.

Aparte de esa incursión política, el mito del personaje comenzó a crecer en vida, alimentando por curaciones que, en el concepto popular, eran milagrosas.  Muchas personas que fueron desahuciadas por los médicos habían sido curadas por Pancho Sierra, entre ellos, los acaudalados estancieros Ortiz Basualdo, Roberto Cano y otros más.

Cosme Mariño (1) en una de sus crónicas cuenta cómo curaba Sierra en su estancia de El Porvenir: “Hemos presenciado la romería permanente de enfermos de toda clase que acudían a caballo, en charret, coches y sulkys.  Hemos visto de paso su manera de curar, generalmente con agua magnetizada o por medio de la sugestión.  Pocas veces lo hacía por imposición de las manos pues por lo general ya conocía desde que el enfermo detenía su carruaje cuál era su mal, así he visto el caso que a un enfermo paralítico le dijera desde su casa:

-¡Bájese amigo y acérquese!

-Señor –contestó un pariente del enfermo- ¡es que no puede caminar!

-Pero ¿a qué ha venido?

-A que usted lo cure, señor.

-Bueno, si quiere que lo cure obedezca y venga caminando  ¡Bájese, paisano, y arrímese!

-¡Es que no puedo, señor!

-Si…  Yo se que puede…  haga un esfuerzo y verá”.

No es menester continuar.  El tullido caminó, igual que el paralítico del Evangelio.  No por intervención de la mediumnidad curativa sino de fuerzas naturales que algunas personas poseen y desarrollan.  Agua magnetizada, sugestión e imposición de las manos: tales eran los recursos de Pancho Sierra.  Hoy podemos decir: hipnosis, psicoterapia inconsciente, por medio de virtudes naturales.  Un acto de comunicación espiritual entre médico y paciente, como diría el Dr. Walter Bräutigam de Heidelberg.

La hidroterapia, por su parte hizo muchos prosélitos en nuestro país durante la segunda mitad del siglo XIX.  Aparecieron muchos “médicos del agua fría”, discípulos a veces bastardos de aquel campesino austríaco llamado Vincent Priessnitz.  El caudillo oriental Aparicio Saravia tuvo fama de curar por medio de agua fría.  Pancho Sierra también practicaba la hidroterapia.  Pero seguramente como un elemento inconsciente más de la psicoterapia.  Como recurso subordinado, digamos.

Las principales curaciones de Sierra se refieren a casos de tullidos.  Al escribirlo no podemos dejar de recordar las discutidas curaciones de Jaime Press.  La ciencia, por lo pronto, ha establecido la existencia de enfermedades –por ejemplo, tortícolis espástica- en cuya aparición intervienen alteraciones orgánicas en la esfera de lo corporal y conflictos o traumas en la esfera psíquica (Bräutingam).  En su terapia se produce una relación a la vez anímica y corporal.

En 1890, Pancho Sierra se casó con Leonor Fernández, de 16 años, sobrina nieta, en la iglesia “San Francisco de Asís” de Rojas; de este matrimonio nació una hija póstuma Laura Pai que se radicó en la Plata.

Falleció el 4 de diciembre de 1891.  Su sepulcro se encuentra en el cementerio de Salto, lugar de peregrinación de sus fieles.  Dos semanas después, en la sección “Publicaciones Varias” del diario “La Prensa” de Buenos Aires, apareció un suelto recordándolo.  En él se proyectaba la realización de un homenaje de los espiritistas para depositar una corona blanca, ceremonia que se llevó a cabo el 15 de marzo de 1892, fue el primer acto de glorificación póstuma del personaje.  Ese fue el punto de partida para la evolución posterior de dicha glorificación.  Posteriormente aparecieron numerosas publicaciones que difundieron la efigie y los prodigios del benefactor bonaerense.

Contó entre sus amistades las de Adolfo Alsina, Rafael Hernández, Máximo Paz y el general Roca.  Cosme Mariño dijo que: “La mayoría de los que se titulan discípulos de Pancho Sierra no son tales, sino simples explotadores, gentes sin oficio, que sólo se proponen vivir a costa de la credulidad general”.

A su fama de hombre de profunda virtud curativa se agregó la de ser un improvisador afortunado en el arte de payar.  Poseía el don del canto, y no eludió la ocasión en demostrarlo.  De sus contrapuntos solamente han quedado el recuerdo, porque de ellos no se tomaron versiones que pudieran ofrecer elementos para una valoración acertada.

Era de rostro blanco, facciones aristocráticas, nariz aguileña y ojos azules.  Su barba y cabellos prolongados y abundantes, enteramente blancos, le daban un parecido al poeta Guido y Spano.

Fermín Chaves como otros historiadores e investigadores consideran que el Pancho Sierra no fue en vida un practicante del espiritismo y que su imagen espiritista es exterior y ajena a su personalidad y quizá posterior a su muerte, “sería espiritista por atribución”.

Referencias

(1) El Dr. Adolfo M. Sierra nació en Pergamino en 1883 y murió en Buenos Aires en 1963.  Se había graduado de médico en 1910 con la tesis “Sobre un medicamento: el pyramidón”, que se conserva en la Colección Candioti de la Biblioteca Nacional.  Se especializó en psiquiatría y psicología y fue durante veinte años médico del Hospicio de las Mercedes.  Ejerció las cátedras de psicología y de lógica en el Colegio Militar de la Nación, y de psicología experimental en el Instituto Nacional del Profesorado de Buenos Aires, cátedra en la que sucedió a José Ingenieros.

(2) Cosme Mariño (1847-1927) periodista, primer director del diario La Prensa.  Fue el fundador de la revista Constancia y autor del libro “El espiritismo en la Argentina”, que trata del espiritismo en nuestro país desde sus orígenes en 1879 hasta 1924.  Fue el introductor, junto al masón Rafael Hernández, del Espiritismo Kardeciano en nuestro país; dicha corriente filosófica fue desarrollada, en Argentina, por la “Sociedad Teosófica Argentina”, relacionada estrechamente con la Masonería de la época.

Fuente

Chávez, Fermín – Pancho Sierra, en la leyenda y en la historia.

Cutolo, Vicente Osvaldo – Nuevo Diccionario Biográfico Argentino – Buenos Aires (1985).

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado

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Todo es Historia, Año 1, Nº 5, Buenos Aires, setiembre de 1967.

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