Hacia 1850 la Confederación Argentina presentaba un halagador panorama. Políticamente la República estaba pacificada y el Estado central se hallaba reconstruido, lo que se había logrado con la institución del Encargado de las Relaciones Exteriores. Todo hacía creer llegada la hora de serenidad anhelada para perfilar mejor la puesta en vigencia de ese “derecho político no escrito que equivalía a un sistema de leyes constitucionales” (1). Asegurada la libertad nacional, esto es, su soberanía, esto hacía posible incluso mejorar el nivel de libertades individuales. El regreso a la Confederación de numerosos emigrados (2) que venían a acogerse a la prosperidad, paz interior, orden y honor restablecidos, de que hablaba San Martín en su carta a Rosas del 6 de mayo de 1850, así lo hacía atisbar.
Desde el punto de vista económico varios enemigos de Rosas, incluso Alberdi, consideraban que la Confederación estaba próspera, en coincidencia con San Martín. El levantamiento del bloqueo había significado la normalización del puerto de Buenos Aires, y con ello una suba considerable del monto de las importaciones y de las exportaciones, que llegaron, respectivamente, a cifras récord de 1851: 10.550.000 pesos fuertes y 10.633.525 pesos fuertes (3). Y en consecuencia, las rentas de aduana que habían bajado en 1846, durante el bloqueo, a 6.036.121 pesos papel moneda, se elevaron en 1850, nada menos que a 57.944.483 de la misma moneda (4). Esto permitía al gobierno de la Confederación un desahogo financiero notable. (5)
El panorama internacional se presentaba también halagüeño. La Confederación Argentina terminaba de derrotar a las dos primeras potencias del orbe, obteniendo tratados en los que se admitían todas sus demandas. Hacia 1849, Paraguay se intentaba acercar a Rosas luego de fracasada su alianza con Corrientes. La caída de Montevideo en manos de Oribe aparecía como inminente, fruto de la retirada de Francia e Inglaterra en el apoyo al gobierno colorado de esa ciudad, con lo que el fortalecimiento de la alianza argentino-oriental hacía presagiar una política de grandeza en la zona de control de la cuenca del Plata; y ¿por qué no?, la posibilidad de un retorno del Uruguay a la Confederación empírica de Rosas.
Sólo un nubarrón se avizoraba en el horizonte de la República: Brasil. Insidiosamente nos había venido hostilizando en esos años, como siempre, y ahora, a punto de caer Montevideo, se movía para evitarlo, aunque temerosa de que le llegara la hora de rendir cuentas de tanto golpe bajo y territorio birlado.
La Corte de Río de Janeiro tenía ocupado el territorio de las Misiones Orientales. Había facilitado armamento al Paraguay y reconociéndole su independencia; desconoció por intermedio de su ministro en Montevideo, Cansancao de Sinimbú, el bloqueo argentino a ese puerto; había enviado una misión diplomática presidida por el vizconde de Abrantes a Londres y París, para solicitar derechamente la intervención de esas dos grandes potencias a fin de lograr el levantamiento del sitio de Montevideo, y en el fondo, el derrocamiento de Rosas. Ayudó al general Paz en su lucha contra nuestro gobierno, facilitándole transporte marítimo para concurrir al teatro de las operaciones en la Mesopotamia.
Ante esta retahíla de actos de hostilidad, que Rosas reconoció perfectamente a través de su servicio de inteligencia, el gobierno de la Confederación, prudentemente, sólo había presentado enérgicas protestas por intermedio de nuestro representante en Río de Janeiro, Tomas Guido, pues los diversos conflictos en que había estado sumergido hasta prácticamente 1850, no le habían permitido otra conducta. Pero en este año las cosas cambiaron. Desembarazada de otros problemas, la Confederación tenía posibilidades concretas de zanjar victoriosamente sus viejas diferencias con Río de Janeiro, apelando a la fuerza si era necesario. Su situación bélica, por lo menos en tierra, era superior a las brasileñas: Argentina podía poner en un frente de batalla, si se lo proponía, 50.000 bizarros soldados, fogueados en largas luchas, primero por la independencia y luego por la consolidación de la unidad y la soberanía nacionales, es decir, contaba no con meros soldados de escalafón militar, sino con experimentados guerreros que ya le habían jugado diversas partidas a la muerte en distintos campos de combate. Pero había algo más. Al frente de aquellas fieras tropas habría de hallarse un personaje extraordinariamente dotado para el arte de la guerra, el invicto general Justo José de Urquiza, normalmente vencedor en todos los encuentros de que fue protagonista, y acompañado de otros jefes del fuste de Manuel Oribe, Lucio Norberto Mansilla, Angel Pacheco, Martiniano Chilavert, etc.
Esta situación la conocían los brasileños. El hábil gestor de la alianza con Urquiza, Paulino Soarez de Souza, antes de concretarse aquélla, en 1851, le manifestaba a un senador de su país: “Suponga el noble senador… que el gobierno de Buenos Aires se apoderase de la Banda Oriental; suponga que se apoderase del Paraguay; y la Confederación a pesar del estado de debilidad en que la juzga el noble senador, puede poner un ejército de 20 a 30 mil hombres; puede sacar de las provincias de Buenos Aires, Córdoba, Corrientes y Entre Ríos, principalmente de ahí, 20 ó 30 mil hombres, y una excelente caballería de Entre Ríos, como no la hay mejor. Apoderándose también del Paraguay, y podía sacar de allí unos 20.000 soldados, robustos, obedientes, sobrios. Esto en países acostumbrados a la guerra, que no tienen los hábitos industriales y pacíficos que nosotros tenemos. Absorbidas las repúblicas del Uruguay y Paraguay, que cubren nuestras fronteras, en la Confederación Argentina, quedarían abiertas nuestras provincias de Mato-Grosso y de Río Grande del Sur… ¿Quedaríamos así muy seguros? ¿Y quién nos dice que no se nos vendría a exigir la ejecución de los tratados de 1777…? (6).
El episodio que desató el proceso que nos llevaría a una nueva guerra con Brasil, fue originado por las excursiones de estancieros brasileños que extraían ganado de la Banda Oriental sin pagar los correspondientes derechos, cuando no arreaban ganado que no les pertenecía. Guido había venido reclamando por estos delitos sin obtener satisfacción de la cancillería brasileña. El gobierno de Oribe acude a la acción armada y se producen hechos bélicos entre brasileños y orientales. En abril de 1850, Rosas comunica a Guido que debía retirarse de Río de Janeiro si el canciller del imperio, Soarez de Souza, no atendía sus reclamos. Luego de algunas dilaciones, en setiembre de 1850, Guido se retiró quedando por tanto rotas las relaciones diplomáticas. Mientras tanto, la cancillería brasileña firmaba un acuerdo secreto con el gobierno de Montevideo, por el cual se comprometía a auxiliar financieramente a la plaza sitiada. La guerra era inminente, sólo detenida por una cláusula del tratado de 1828 entre ambas naciones, por la cual luego de la ruptura de relaciones, debían pasar seis meses antes de la iniciación de las hostilidades. En tal crucial momento, Rosas recibió la adhesión de los gobiernos de todas las provincias confederadas. El de Entre Ríos, presidido por Urquiza, manifestaba: “En los últimos veinte años han tenido lugar en el Río de la Plata acontecimientos de tal naturaleza, que se han producido complicadas cuestiones cuya solución va a asegurar de una vez por todas los destinos de la República. Es V. E. quien las ha conducido con elevado tino y bien acreditada sabiduría. V. E. debe tener la gloria de suscribir su término, sellando con un acto de inmortal recuerdo su grandiosa misión de salvar la patria”. (7)
Entre las complicadas cuestiones cuya solución debía asegurar los destinos de la República, en 1850, fecha de aquella carta, se aludían al arreglo definitivo de la cuestión con Francia, puesto que con Inglaterra el mismo estaba finiquitado, y a los serios problemas con Brasil. El mismo Urquiza, ante una pregunta formulada por la cancillería de ese país, a través de personeros, por si Río de Janeiro podía contar con la neutralidad del gobernador entrerriano, en caso de conflicto de la Confederación con Brasil Aliado a Francia, contestaba rotundamente el 20 de abril de 1850 a Antonio Cuyas y Sampere: “… crea Ud. que me ha sorprendido sobremanera que el gobierno brasileño, como lo asevera, haya dado orden a su Encargado de Negocios en esta ciudad para averiguar si podría contar con mi neutralidad. Yo, Capitán General de la Provincia de Entre Ríos, parte integrante de la Confederación Argentina, General en Jefe de su Ejército de Operaciones, que viese empeñada a ésta, a su aliada, la República Oriental, en una guerra en que por este medio se ventilasen cuestiones para ella de vida o muerte, vitales a su existencia y soberanía y que por consecuencia atañen tan inmediatamente a la sección de mando ¿Cómo, pues, cree el Brasil, cómo lo ha imaginado por un momento, que permanecería frío e impasible espectador a esa contienda en que se jugase nada menos que la suerte de nuestra nacionalidad o sus sagradas prerrogativas, sin traicionar mi patria, sin romper los indisolubles compromisos que a ella me unen, y sin borrar con esa ignominiosa mancha mis antecedentes?” (8)
Sin embargo, parece que Urquiza optó por la traición, pues a principios de 1851, no se contenta con mantenerse neutral en la inevitable guerra que se avecina, sino que decide tomar parte en ella aliado a Brasil……
Referencias
(1) Irazusta, Julio – Estudios histórico-políticos, página 266. El propio Alberdi parece en 1848 inclinado a barruntar la vigencia de este “derecho político no escrito”, pues obsérvese lo que escribe en el diario “El Comercio” de Santiago de Chile, el 1º de julio de ese año: “Rosas ha triunfado… no se trata de renovar la guerra, no haremos voto por ello. Los destinos de la República Argentina dependen hoy de la mano de un hombre… Convoque Rosas una Asamblea Nacional o federal, no para que pierda el tiempo en pueriles y vanas disertaciones de derecho público, sino para que lo invista de la facultad de legislar, de proponer una Constitución o ley o regla general de gobierno, simple, sin grandes complicaciones, sacada de la experiencia práctica que él ha adquirido, de su modo de entender el gobierno que conviene al país, de su genio, de su talento, de su inspiración buena o mala, sabia o absurda…”
(2) Al amparo de esa “paz octaviana” regresaron a la Patria numerosos emigrados, algunos de gravitación como Facundo Zuviría, Pedro Ferré, Tomás Godoy Cruz, Angel Vicente Peñaloza, Salustiano Zavalía, Rudecindo Alvarado, Martiniano Chilavert, Mariano Fragueiro, Nicolás Avellaneda, Tomás Iriarte, etc.
(3) Rosa, José María – Defensa y pérdida de nuestra independencia económica, página 136.
(4) Cuccorese; Horacio Juan y Panettieri, José – Manual de historia económica y social, página 360, Buenos Aires (1971).
(5) Ver al respecto Saldías, Adolfo – Historia de la Confederación Argentina, Tomo III, página 432.
(6) Cit. por Irazusta, Julio – Urquiza y el pronunciamiento, páginas 103/4, Buenos Aires (1952).
(7) Cit. por Font Ezcurra, Ricardo – La unidad nacional, página 158, Buenos Aires (1961).
(8) Cit. por Rosa, José María – La caída de Rosas, página 342, Madrid (1958)
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Petrocelli, Héctor B. – Historia Constitucional Argentina – Keynes – Rosario (1993).
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